Lo que decimos y lo que entendemos

Tranquila, Vale, tranquila. Lloro. Respira, Vale, respira. Me frustro. Al parecer hoy mis palabras no son cómplices de mi sensibilidad, la cual se percató de la fragilidad con la cual deambulaba mi corazón bajo mis lágrimas.

He decidido hablar menos y hablarme más. Es muy fácil decir que todo está bien, más aún cuando no lo está. Es difícil convencerse a uno mismo.

Y la verdad es que mi corazón no entiende mi idioma. De hecho, una verdad más certera es que los corazones no entienden ningún idioma que nosotros entendamos y a veces ni entre ellos se entienden. Pero tengo la ridícula idea de que si me repito que estoy bien lo suficiente, mi corazón empezará a entenderme.

Quizás cuando podamos comunicarnos, o por lo menos tener una palabra que podamos intercambiar sin percances, mi sensibilidad podrá concentrarse en sentimientos más efímeros, de esos que por lo menos yo pueda entender sin la ayuda de mi impredecible corazón.

Por el momento, mi sensibilidad está ocupada. Está haciendo el papel de doctor, enfermera, psicóloga, mamá, papá, hermana, mejor amiga, y hasta a veces peor enemiga de un corazón caprichoso y obstinado.

¿Qué hacemos con ese estorboso sentimiento de un corazón totalmente pulverizado? Pues digo yo que se debe querer. No al corazón en sí – ese siempre merece nuestro amor – pero se debe querer la sensación de completa tristeza, desolación, y desesperación cuando el corazón deja de ser. Porque solo así sabrá que lo entendemos a pesar de la barrera lingüística. Hay que aceptar las lágrimas, el dolor, el peso en el pecho. Hay que darle las bienvenidas al mar de pesadumbre.

Y se necesita llorar a veces.

No es necesario estar bien ahora.

Así que corrijo mi postura anterior: Sé intranquila, Vale, llora. Desahógate, Vale, frústrate.

Quizás mañana podré volver a sentir mis palabras.

6 comentarios en “Lo que decimos y lo que entendemos

Deja un comentario